Tomado de Espiritualidad y Género
Elisa Estevez López,
Ribet Vol VI, N° 10 (2010)
Una espiritualidad que afirma el cuerpo femenino como
lugar de revelación

Desde esta nueva toma de conciencia es posible acceder
también a un nuevo modo de hacer teología, de caminar a impulsos del Espíritu y
poner palabra a esa experiencia donde el cuerpo aparece como punto de partida
de la misma. Y es que como afirma Ivone Gebara, “partir del cuerpo es partir de
la primera realidad que somos y conocemos. Es afirmar y reconocer su maravilla,
admitiendo al mismo tiempo la imposibilidad de cualquier cosa sin él”.[3]

Una espiritualidad feminista, por lo tanto, niega esa distinción jerárquica neoplatónica entre espíritu y cuerpo, que ha conducido a un menosprecio de este último. Critica y sospecha además de aquellas dinámicas sociales que ignoran, excluyen o muestran una preferencia selectiva por los cuerpos femeninos, afirmando en cambio que todo cuerpo es un espacio donde Dios se revela y hace llegar su palabra. Sale así al paso de ese estereotipo todavía vigente en la actualidad del cuerpo femenino como tentación que arrastra a los varones a la perdición y al pecado, y denuncia toda explotación y violencia contra el cuerpo femenino. Para Nancy Cardoso “el cuerpo no es el envoltorio de la conciencia, sino la experiencia-acontecimiento que destruye la dualidad entre la esencia y la apariencia, subjetividad y objetividad, actividad y pasividad, y otros binarios fijos construidos por la tradición metafísica patriarcal”.
Las teologías feministas de la corporeidad desconfían de
todo tipo de espiritualidad que prescinde del cuerpo, de la vida, de la tierra
y de las relaciones sociales, puesto que prescindir de la corporeidad significa
en último término no amar. Se privilegia igualmente un lenguaje encarnado y
concreto, y se vincula la experiencia de salvación con experiencias de
“sanación” que hablan de integración, dignidad, plenitud y encuentro con
el Dios de la vida en tantas y tantas experiencias cotidianas.[7]
Por otra parte, una espiritualidad que tiene a la base una antropología
unitaria y holística recupera el espacio del placer y de la fiesta para las
mujeres, sin tabúes ni idolatrías. En diálogo con sus cuerpos, las mujeres han
desarrollado además una espiritualidad que no las focaliza exclusivamente como vientres
fecundos, que no circunscribe su contribución a la historia restringiendo
sus funciones a ser esposas y madres, y no limita la vivencia de la sexualidad
a la procreación.
La mujer del Cantar de los Cantares se convierte en
un icono que habla de una identidad femenina diferente. La relación corporal
con su amante refleja el gozo de estar juntos, la alegría del encuentro, el
reconocimiento mutuo de la bondad y la belleza de sus cuerpos, la nostalgia de
la separación. Aparece como una mujer que toma la iniciativa, que expresa sin
temor sus anhelos de amor, que contempla y vibra de gozo con el cuerpo del
amado, que se estremece al sentir su presencia. Una mujer que disfruta y
explora sin miedo el poder de su sexualidad y que se adueña de la fuerza
erótica que reside en ella.
Una mujer que ha interiorizado una imagen positiva de su
cuerpo y que vive en armonía con cada una de sus partes. Asimismo el Nuevo
Testamento nos habla de mujeres que se hacen visibles por sus oídos, capaces de
escuchar, acoger y comprender la Palabra creadora de Dios, la cual nunca
regresa a Él desde el vacío (Lc 11,28; Mc 3, 31-35; Is 55, 10-11); nos habla de
mujeres con palabras poderosas, palabras con capacidad de confirmar en la fe
(Jn 11,27). Algunos modelos femeninos conservados en las tradiciones cristianas
hablan de mujeres dotadas de palabras que son sanadoras y tienen la fuerza de
despertar las energías liberadoras que están en germen en las personas,
palabras capaces de alentar la vida, que se atreven a cuestionar, que median la
entrañable misericordia de Dios para toda la humanidad. Ésta es la
fuerza y la potencialidad de la palabra de la mujer cananea, que un día salió
al encuentro de Jesús e inició un diálogo fecundador y fecundo, revelador y
sanador, insistente y transformador. Por ello recibe el reconocimiento y la felicitación
de Jesús mismo: “Oh mujer, grande es tu fe, que te suceda como quieres” (Mt 15,28).[8]
[1] AA.VV.,
“Editorial”, en Con-spirando 12 (1995) 1.
[2] Todavía
sigue resonando la “tipología de la mujer ramera, virgen o madre, que la determina
por su cuerpo y por la apropiación masculina de éste. Pero es sobre todo en forma
de amenaza como la teología ha tratado, e incluso demonizado el cuerpo de las mujeres.
La teología ha sido en buena medida obra de ascetas y de eremitas fugitivos del
mundo, ‘para quienes la mujer simbolizaba aquello a lo que renunciaron y que amenaza
sin cesar su adhesión a Dios’. La mujer, hija de Eva asociada a las pasiones, la
sexualidad y el diablo, receptáculo del estupro —masculino, no obstante— por el
cual se comunica el pecado original, es el otro del que hay que protegerse. Y
si hay que protegerla también a ella, incluso contra sí misma, lo más frecuente
será en forma de encerramiento. También en este caso, el cuerpo
—particularmente el cuerpo femenino—, es refrenado, encerrado, infamado, a
causa de su peligrosidad próxima al alma”.
J.-G. NADEAU, “¿Dicotomía o unión del alma y el cuerpo?
Los orígenes de la ambivalencia del cristianismo respecto al cuerpo”, en Concilium
295 (2002) 227.
[3] GEBARA,
Teología a ritmo de mujer, San Pablo, Madrid 1995, 78.
[4] Véase,
por ejemplo, el reciente libro de E. MARTÍNEZ OCAÑA, Cuando la Palabra se hace
cuerpo… en cuerpo de mujer, Narcea, Madrid 2007.
[5] N.
CARDOSO, “La danza inmóvil. Cuerpo y Biblia en América Latina”, en Concilium
295 (2002) 243.
[6] Ibid.
[7] Para
una relectura de las curaciones de mujeres en las tradiciones evangélicas,
véase E. ESTÉVEZ, Mediadoras de sanación. Encuentros entre Jesús y las
mujeres: Una nueva mirada, San Pablo / Universidad Pontificia Comillas,
Madrid 2008.
[8] Una
aproximación a esta historia en E. ESTÉVEZ, Mediadoras…, 283-312.
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