"Una de las más hondas necesidades del corazón humano es la de ser apreciado, todo ser humano desea que lo valoren. No es que todos queramos que los demás nos tengan por seres maravillosos. A lo mejor ésto resulta ser pura verdad, pero no es lo fundamental.
Existe un amor que es mucho más profundo, que podemos llamar amor de aceptación. Toda persona ansía vivamente que los demás lo acepten y que la acepten verdaderamente por lo que ella es. Nada hay en la vida humana que tenga efectos tan duraderos y tan fatales como la experiencia de no ser aceptados plenamente.
Ser aceptado quiere decir que las personas con quienes vivo me hacen sentir que realmente valgo y soy digno de respeto. Son felices porque yo soy quien soy. Ser aceptado significa que me permiten ser como soy y que, aunque es verdad que todos tenemos que desarrollarnos, no me obligan a ello a la fuerza. ¡No tengo, pues, que pasar por alguien que nos soy! Y tampoco me tienen fichado por lo que he sido en el pasado o por lo que soy en el presente. Por el contrario me dejan campo libre para desplegar mi personalidad, para enmendar mis errores pasados, y progresar.
En cierto sentido podemos decir que la aceptación constituye un descubrimiento. Toda persona nace con un gran número de potencialidades, pero si éstas nos son estimuladas por el toque cálido de la aceptación de los demás, permanecerán dormidas. La aceptación pues, libera todo lo que hay dentro de mí. Solo cuando soy amado, en ese sentido profundo de la plena aceptación, puedo llegar a ser realmente lo que soy. El amor y la aceptación de los demás hacen posible que yo llegue a ser realmente la persona verdaderamente única e inédita que estoy llamado a ser.
Cuando se estima a una persona por lo que hace, no se le trata como a un ser único, porque siempre habrá otro que pueda hacer el mismo trabajo o incluso hacerlo mejor. Pero cuando uno es amado por lo que es, sólo entonces se convierte en una persona única e insustituible. Queda claro, por consiguiente, que necesito de la aceptación de los demás para alcanzar la plenitud de mi personalidad. Cuando no soy aceptado, no soy nadie. No puedo alcanzar mi plenitud. Una persona aceptada es una persona feliz, porque ha sido descubierta y desarrollada. Aceptar a otros quiere decir que yo tengo que aceptar sus defectos, no tratar de encubrirlos.
Tampoco significa que todo lo que él haga sea “genial” o “perfectamente hecho”. Todo lo contrario. Al negar los defectos de una persona estoy demostrando justamente que no la acepto.
Todavía no he llegado a la profundidad de su persona. Solo cuando acepto a alguien totalmente y sin reservas puedo hacer frente a sus defectos.
Hay una “confianza básica”, en todo ser humano, que aparece como un “optimismo” original, como la percepción de que “alguien hay aquí”, sin el cual no podemos vivir. En determinadas circunstancias, esta confianza básica no logra desarrollarse, por algún defecto del niño, o por el ambiente materno, y los niños, mueren mentalmente. No son capaces de responder ni aprender: no asimilan siquiera sus alimentos, ni pueden defenderse frente a una infección, llegando con frecuencia a morir, no solo mental sino físicamente."
Tomado de Peter G. Van Bremen, sj. Como pan que se parte, Bilbao, Sal Terrae
Existe un amor que es mucho más profundo, que podemos llamar amor de aceptación. Toda persona ansía vivamente que los demás lo acepten y que la acepten verdaderamente por lo que ella es. Nada hay en la vida humana que tenga efectos tan duraderos y tan fatales como la experiencia de no ser aceptados plenamente.
Ser aceptado quiere decir que las personas con quienes vivo me hacen sentir que realmente valgo y soy digno de respeto. Son felices porque yo soy quien soy. Ser aceptado significa que me permiten ser como soy y que, aunque es verdad que todos tenemos que desarrollarnos, no me obligan a ello a la fuerza. ¡No tengo, pues, que pasar por alguien que nos soy! Y tampoco me tienen fichado por lo que he sido en el pasado o por lo que soy en el presente. Por el contrario me dejan campo libre para desplegar mi personalidad, para enmendar mis errores pasados, y progresar.
En cierto sentido podemos decir que la aceptación constituye un descubrimiento. Toda persona nace con un gran número de potencialidades, pero si éstas nos son estimuladas por el toque cálido de la aceptación de los demás, permanecerán dormidas. La aceptación pues, libera todo lo que hay dentro de mí. Solo cuando soy amado, en ese sentido profundo de la plena aceptación, puedo llegar a ser realmente lo que soy. El amor y la aceptación de los demás hacen posible que yo llegue a ser realmente la persona verdaderamente única e inédita que estoy llamado a ser.
Cuando se estima a una persona por lo que hace, no se le trata como a un ser único, porque siempre habrá otro que pueda hacer el mismo trabajo o incluso hacerlo mejor. Pero cuando uno es amado por lo que es, sólo entonces se convierte en una persona única e insustituible. Queda claro, por consiguiente, que necesito de la aceptación de los demás para alcanzar la plenitud de mi personalidad. Cuando no soy aceptado, no soy nadie. No puedo alcanzar mi plenitud. Una persona aceptada es una persona feliz, porque ha sido descubierta y desarrollada. Aceptar a otros quiere decir que yo tengo que aceptar sus defectos, no tratar de encubrirlos.
Tampoco significa que todo lo que él haga sea “genial” o “perfectamente hecho”. Todo lo contrario. Al negar los defectos de una persona estoy demostrando justamente que no la acepto.
Todavía no he llegado a la profundidad de su persona. Solo cuando acepto a alguien totalmente y sin reservas puedo hacer frente a sus defectos.
Hay una “confianza básica”, en todo ser humano, que aparece como un “optimismo” original, como la percepción de que “alguien hay aquí”, sin el cual no podemos vivir. En determinadas circunstancias, esta confianza básica no logra desarrollarse, por algún defecto del niño, o por el ambiente materno, y los niños, mueren mentalmente. No son capaces de responder ni aprender: no asimilan siquiera sus alimentos, ni pueden defenderse frente a una infección, llegando con frecuencia a morir, no solo mental sino físicamente."
Tomado de Peter G. Van Bremen, sj. Como pan que se parte, Bilbao, Sal Terrae