martes, 14 de junio de 2011

Nuestro niño interior

Según Carl Jung y su enfoque de los arquetipos, podemos concebir una visión integra del ser humano como una parte de luz y una parte de sombra.
Desde la luz crece, evoluciona y cambia en la medida que encuentra un propósito, un sentido, un significado en su existencia. En cambio desde la sombra, se ve limitado, temeroso e incapaz de crecer y evolucionar. Es el juego entre luz y sombra, la tensión entra estos dos lugares lo que permite al ser humano conocerse, reconocerse y crecer hacia donde quiere expandirse y evolucionar.
El Niño Interior es el motivo que reside dentro de nosotros que comprende una pequeña criatura, niño o niña, que en algún momento quiso o necesitó ser atendido, cuidado y amado. Ese recuerdo persiste dentro de nosotros en la edad adulta en la forma de Niño Interior. Ese niño o vocecita interior convive dentro de nosotros para juzgarnos, llamarnos la atención, reclamarnos nuestra atención, hacernos decir o hacer cosas u obligarnos a abstenernos de comportarnos de esta u otra manera. Podemos verlo manifestado de tres distintas maneras:
– A veces toma la forma de una voz que sentimos ha sido silenciada y controlada, por nosotros mismos, en gran parte, pero también por el entorno que incluye a nuestros padres, mayores, maestros, jefes y todas las figuras de autoridad a la cual hemos hecho caso.
– En otras ocasiones cobra vida en ese espíritu creativo y artístico que a veces pide liberarse y necesita ser puesto en libertad para dar rienda suelta a nuestra creatividad.
– Y por último también es el sentimiento, guardado con dolor y rencor, de haber sido desdeñado, herido, abusado o maltratado aún en la edad adulta y no nos deja enfrentarnos con madurez ya que persiste en actuar y ser tratado como un niño eterno por la eternidad.
Por tanto el Niño Interior adquiere múltiples formas y contornos; no se trata de uno solo, es sencillamente un niño que vivió dentro de nosotros hasta cierta edad y después se negó a seguir creciendo para poder resguardarse de amenazas, miedos o circunstancias que no estaba listo para afrontar en su momento. Y ahora ese “niño” persiste en nuestro interior en forma de miedo, ansiedad, preocupación, evasión de la realidad, sentimientos de aislamiento, depresión o dificultades para afrontar retos, realidades o verdades de la vida adulta.
Ese niño, con ilusiones, miedos, alegrías o fantasías quiso escuchar de parte de sus mayores, voces de perdón, de arrepentimiento, de comprensión, de compasión, de apoyo, de afecto y amor como:
– “siempre te querré, no importa si eres buen o mal estudiante”,
– “te amo tal como eres”,
– “perdóname por haberte gritado”,
– “lamento haberte herido”,
– “lamento haberte ignorado”,
– “te perdono por haber hecho ese daño”,
– “te comprendo”,
– “te entiendo,
– “te amo”,
– “te apoyo”,
– “estaré contigo”,
– “cuenta conmigo”,
– “aquí estoy”,
– etc.
Y nunca se las dijeron y, por lo tanto, nunca las escuchó y eso provocó que se quedase ese sentimiento dentro del otro niño que creció hasta convertirse en adulto.
El Niño Interior está en nuestro interior de manera sutil en la forma de recuerdos de un pasado que nos dejó marcados profundamente y que hoy moldean o filtran la forma en que vemos el presente.
Ese niño se fue formando en la medida que las normas y reglas de nuestro hogar, escuela y entorno nos fueron diciendo cómo debíamos comportarnos y, por lo tanto, también todo cuanto no debíamos o podíamos hacer. Para que se entienda de alguna manera, ese niño o niña quedó atrapada dentro del niño o niña que estaba en crecimiento y mientras que la segunda siguió creciendo y se convirtió en adulto, la primera se quedó sin evolucionar, ahí dentro.
Este hecho influye en lo que somos, es decir, en la base de nuestro propio sistema de creencias, de valores, de nuestra propia identidad.
Ese niño que creció y se convirtió en adulto aprendió a comportarse según las expectativas y enseñanzas de su entorno, ese Ser Existencial aprendió a respetar las órdenes, los mandatos y los preceptos de los adultos, pero el verdadero niño, el que se quedó adentro, mantuvo su esencia, su naturalidad, su espontaneidad, al igual que los miedos y temores propios de esos momentos.
Ese niño que buscó refugio dentro del niño que crecía, que estaba atemorizado de no ser lo suficiente bueno para merecer la aprobación y amor de los padres, buscó refugio en el ser que estaba en crecimiento y se aposentó allí para siempre.
A veces ese niño surge desde dentro del adulto en la forma de comportamientos que en el fondo reclaman atención, amor, cuidado, libertad, flexibilidad, creatividad, etc.
Ese niño fue reprimido y en su lugar apareció el adulto que hoy es; sin embargo, el niño que se niega a desaparecer por completo y surge en los momentos en que el adulto se siente confundido, afectado, nervioso, o bien, cuando necesita sentirse libre, juguetón, travieso o creativo.
De igual forma, el niño interior es el puente que existe, en nuestro ser entre el adulto incrédulo y materialista y entre el mundo trascendente y espiritual.

(Continuará)

Por Eduardo López

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