martes, 24 de diciembre de 2013
lunes, 25 de noviembre de 2013
MUJER DE LA CALLE
La
ciudad me recorre, mamá,
Y
es de noche.
Escuchá
mi llanto.
En
el suelo se ven las vidas de otros hombres:
Palabras
reducidas sobre papeles mojados,
Estupor
de periódicos,
Botellas
de plástico,
Paredes
meadas,
Ideas
amontonadas en cajetillas de cigarros,
Bolsas
menudas y extrañas,
Agitación
de horas tardías,
Licor
confundido en una esquina,
Basura
publicitaria,
Restos
de comida.
Es
de noche, mamá,
Y
hace frío.
La
gente me ve y guarda silencio.
El
humo de los buses me ha ensuciado los días.
Vivir
se ha convertido en un sudor que me nace del vientre,
En
una voz pujante que está muriendo,
En
un clamor resignado,
En
un dolor escueto que me come las ganas,
La
esperanza.
Ya
no río, mamá,
Pido
perdón por la pobreza.
Camino
por las calles y voy desnuda.
Me
revuelco en los naufragios del pasado,
En
la ternura de tus ojos quedándose dormidos,
En
tus manos pequeñas,
En
tu grito partido, mamá,
Que
vendía tortillas[1] en
el Hospital,
“pasteles,
Empanadas,
Yuca frita,
¿Qué
va a querer, amor?
¿Qué
va a llevar?”...
¡Y
nada era nuestro!
¡Nada!
Decir
“mañana” era mentirnos,
Enterrarnos.
¿Dónde
estás ahora?
Antes
trabajaba en un comedor,
Bien
peinadita,
Allá
por el Parque Infantil,
Pero
un día se me perdió un billete de a cinco
Y
el patrón me mandó a llamar:
Me
dijo que era una lástima,
Que
estaba bien chula[3],
Y
yo no quise;
Que
la blusa me quedaba apretada,
Que
era mi culpa,
Que
colaborara,
Y
le dije que no,
Que
no fuera así;
Que
la cosa se podía arreglar,
Que
iba a ser amable,
Que
abriera las piernas,
Y
yo con ganas de llorar, mamá,
Buscándote,
Gritando;
Que
“estate quieta, puta,
No
te hagás la santa,
Yo
te he visto”,
“¡Déjeme!
¡No quiero!”;
“Vení,
perrita, sólo es un rato,
No
te hagás la rogada,
El
favor te voy a hacer”,
“¡No!
¡Que me deje, le digo!”...
Y
me escapé, mamá.
Dios
mío.
No
volví a llegar.
Mi
dignidad la tengo
Aunque
sólo esa sea...
Aunque
todos los días tenga que agachar la cabeza.
Ahora
lavo y plancho ajeno,
Vendo
chicles,
Lustro
zapatos,
Recojo
latas del Ex Cuartel para venderlas,
Limpio
parabrisas cuando el semáforo está en rojo
Y
pido dinero en los buses.
Vos
sabés,
No
pudiste,
Nunca
fuimos nada.
Aquí
tampoco tengo un nombre,
No
conozco a nadie,
Somos
de Usulután[4],
Acordate,
No
puedo regresarme,
¿Qué
voy a hacer allá?
No
tengo nada.
¿Qué
más puedo hacer?
Ahora
tengo por quién seguir,
Se
llama Teto,
Tiene
dos años,
Y
se me está muriendo de asma en el Bloom[5].
***
Tengan muy buenas tardes...
¡No! ¡Disculpen!
¡Buenos días!
Discúlpenme también la mugre de las
manos,
No se fijen en mis golpes,
No se preocupen,
No soy ladrona.
No me miren como lacra,
Por favor,
No se me asusten,
No me miren mal.
Soy madre soltera de un niño.
Se llama Ernesto,
Tiene dos años
Y me nació malito de un pulmón.
Es bien bonito, saben,
Los ojitos son negros
Y la risa es chelita como si fuera nube.
Desde el primer día lo tengo en
tratamiento,
Pero la medicina es muy cara
Y yo soy pobre.
Todas las noches llora mi niño,
Pobrecito,
Se me está muriendo,
Me pide comida.
¿Y yo qué hago, seño,
Si en dos semanas no me ha salido ni
una planchada?
Me pide la chiche[6],
¿Y qué le doy?
¿Qué le digo?
La señora del mesón nos quiere
echar,
Desde hace seis meses no le pago...
Regáleme una moneda, seño,
No es para mí,
Por favor,
No me mire mal,
No me desprecie,
Por favor,
Una moneda.
***
En las noches te quiero, mamá,
En el frío vaivén de lo que eras.
La oscuridad se me llena entonces de
tu mirada,
Del resplandor inquieto de tus ojos,
De tus ojos insípidos siguiéndome
por la calle;
De las voces que no han muerto
Y que van conmigo llenas de sangre,
Cansadas del mismo dolor,
Sedientas de libertad,
Fusiladas por el desdén de los
cobardes,
Condenadas al destierro y la
penumbra;
De tus manos escasas alborotándome
el pelo,
Ordenándome la falda,
Despidiéndome cuando iba a vender
con mi canasto;
De tu boca insipiente besándome la
cara,
Trayéndome al mundo una y otra
vez...
El niño llora, mamá,
Tiene hambre.
A veces le canto para que se duerma,
Pobrecito.
¿Cuándo lo vas a conocer?
Le digo que tiene cabeza de ayote[7],
Que hay una niña que junta las
flores que van sobre el agua,
Que “Señora Santana,
¿Por qué llora el niño?
Por una manzana
Que se le ha perdido.
Vaya usté a mi casa,
Allá tengo dos,
Una para usted
Y otra al niño Dios”...
Pero me quedo callada,
Titubeo,
Me da miedo que no despierte,
Que se me vaya apagando poco a poco.
Es muy pequeño...
Es de noche, mamá,
Y tengo frío.
Me dejaste muy pronto.
No estaba lista.
¿Vas a volver?
¿Dónde estás?
¿Quién va a tomar mi mano?
¿Quién va a secar mi llanto?
¿Quién va a defenderme?
¿Dónde estás?
Dame una moneda, mamá,
Por favor,
Un abrazo,
Una sonrisa...
Violeta Alejandra
Chichique Martínez, estudiante de la UCA. Poema ganador del Certamen de Poesía
con motivo del XXIV Aniversario de los y las Mártires de la UCA. El Salvador
martes, 15 de octubre de 2013
RE ANIMAR LA TIERRA
En nuestro caso y utilizando terminología jünguiana, re‑animar tiene que ver con ánima, con lo femenino, con aquello que está presente en todo ser humano, sea hombre o mujer, aunque evidentemente en diferentes proporciones. De la misma manera que ánimus está relacionado con lo viril, pero está también presente en todos los seres humanos. Ánimus y ánima configuran al ser humano y en definitiva a la Humanidad.
Pero lo femenino ha sido enormemente infravalorado y oprimido tanto en
los hombres como en las mujeres, aunque de forma muy distinta; y esto perjudica
a todo el conjunto humano: “Tenemos una ciencia machista, una sociedad
fundamentalmente masculina e iglesias misóginas. Por eso vivimos en un estilo
de sociedad pobre, sin la irradiación del ánima .Y las mujeres han sido
las mayores víctimas de este estilo de vida”1. Por supuesto que esto
es verdad, pero, además, es cierto que el ánimus también ha sido
manipulado y desproporcionado en los varones, a la vez que oprimido y
`suprimido' en las mujeres. También el ánimus necesita ser rescatado y
equilibrado.
Este desajuste ha conducido a un empobrecimiento que toca a la
humanidad entera, a la forma de ser, a la identidad de los hombres y de las
mujeres, y, por supuesto, afecta a las relaciones y en definitiva al equilibrio
humano. A nuestro mundo, a las estructuras personales, políticas, sociales... e
incluso eclesiásticas les falta “alma”.
Re‑animar la Tierra viene a sugerir
algo así como una tarea de rescate que a la vez propicie una revitalización, un
desarrollo distinto para que la Humanidad cambie y crezca espiritual y
personalmente de manera nueva, cultive la interioridad y vigorice el amor, para
que, en definitiva, así se plenifique. E incluso para que nuestra relación con
el Mundo y la vida se modifique y sea diferente.
A nuestro mundo, culturas, estructuras... –dicho de forma simple y
plástica– les falta ánima y le sobran formas concretas de ánimus
y, así, la totalidad está desequilibrada. Además, este desequilibrio fundamenta
unas relaciones injustas y jerarquizadas, excesivamente basadas en el poder,
que relegan la dimensión femenina y absolutizan la viril. El caer en la cuenta
de todo ello lleva al deseo de una transformación profunda.
Las mujeres comenzaron a intuirlo y crearon los movimientos feministas
de liberación, no sólo porque se sentían –y se sienten– asfixiadas bajo el peso
de la estrechez y de la injusticia; eso también, y desde luego esa experiencia
de opresión generalizada es decisiva, prioriza la lucha y despierta a las
mujeres.
Pero además estaban convencidas de que: “El mundo de la humanidad
posee dos alas: una es la mujer y la otra el hombre. Hasta que las dos alas no
estén igualmente desarrolladas no podrá volar. Si una de las alas permanece
débil, el vuelo será imposible”2. Realmente necesitamos una
Humanidad nueva; queremos volar.
Este nuevo nacimiento y la profunda sanación de la que están
necesitadas las relaciones humanas, pasa por un proceso psíquico y espiritual
hondo, que afecta a hombres y mujeres y a toda la creación.
Exige un cambio, una conversión relacional radical. Convoca a la
reciprocidad masculino‑femenina desde la alteridad, desde el mutuo re‑conocimiento.
Exige la aceptación de la diferencia, la recuperación interior del
ánimus y el ánima, tanto en el hombre como en la mujer. Conduce al aprendizaje
para captar la energía que brota de los opuestos, de la multiplicidad y
de saber situar los contrarios, y dialogar con lo distinto. Es un proceso
terapéutico arduo, trabajoso y gratificante a la vez, que lleva a una nueva relación
más espontánea e igualitaria. Exige unos modelos y valores nuevos también desde
la experiencia espiritual honda que se deja abarcar por el Dios –materno y
paterno– de la vida.
Desde las necesidades de este mundo, desde la ética y la teología
comienzan a reclamarse más y más la misericordia, la piedad, la fidelidad, la
ternura, la vulnerabilidad, la compasión, el cuidado de la vida..., actitudes y
expresiones del `ánima' equilibrada, que apuntan a la esperanza de una posible
curación relacional. El “derecho de la misericordia”, “la solidaridad
compasiva”, “la ética de la piedad”, la necesidad de unas relaciones en las que
el amor y la ternura se expliciten..., expresan algo más que un vago deseo en
algunos sectores minoritarios.
Todo ello es signo de una sensibilidad nueva que emerge aún
tímidamente y es una llamada a sustituir la agresividad competitiva, por la
compasión solidaria donde el espíritu de colaboración sustituya a la orgullosa
competición.
Se vislumbra la necesidad de un cambio espiritual y cultural que
afecte profundamente a las relaciones y a la comunicación humana; una forma
dialogal cualitativamente distinta.
Es el paso de la “verticalidad” jerárquica a la vivencia más
“horizontal” y solidaria de las relaciones; el paso de la “complementariedad” a
la alteridad y el reconocimiento en la diferencia. Las mujeres tenemos que
hacer aquí una aportación indeclinable para el bien de toda la creación y de la
humanidad completa; es, pues, necesario que nuestra voz sea escuchada y nuestra
compañía aceptada y comprendida. Es necesario también entrar con humildad y
valentía en ese proceso de purificación y re‑creación.
Una ética realista y universal reclama un cambio básico, una
conversión total de las relaciones ya muy deterioradas y empobrecidas, como
primer instrumento de paz y concordia en la justicia.
Las mujeres no pedimos ningún favor ni limosna, exigimos el
restablecimiento de unas relaciones fraternas y justas queridas por Dios y a
las que toda la Creación tiene derecho, y ofrecemos la mano de la
reconciliación y cooperación. Esto es mucho más que una reivindicación
interesada, es una denuncia alertadora y urgente para bien de toda la Humanidad
y de toda la creación. Porque nuestro Planeta y nuestra Humanidad necesitan una
sanación física y espiritual.
Al varón no le beneficia en absoluto seguir siendo dominador; por el
contrario, le envilece; a la mujer tampoco el ser dominada e instrumentalizada.
Pero entre las mujeres se han interiorizado durante milenios las actitudes de
subordinación e incluso de automarginación y entre los varones se ha
potenciado, en exceso, la fuerza y el orgullo de dominar. No puede haber
liberación de la Humanidad si los varones continúan oprimiendo a las mujeres,
pero tampoco si éstas consienten en seguir siendo oprimidas.
El ánimus, pero, especialmente, el ánima, lo femenino, está sufriendo
en los hombre y en las mujeres, en la humanidad total. Comenzamos a
despertar... pero indudablemente las mujeres se han adelantado y la
concientización en ellas es más fuerte. El sufrimiento es y ha sido el vigoroso
acicate. Hay que saber reconocer y agradecer el trabajo y la visión anticipada
de las mujeres para liberarse y liberar: “Esta situación ha comenzado a
cambiar, sobre todo, a causa del despertar crítico y la protesta valiente de la
misma mujer”19.
María José Arana. RESCATAR LO FEMENINO PARA RE
ANIMAR LA TIERRA. © Cristianisme i Justícia (extracto)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)